México es mi casa y no necesita tu aprobación

Hace ya varios años elegí vivir en la Ciudad de México, un lugar que amo por sus matices, sus contrastes, sus contradicciones y porque me nutre la energía de una megalópolis multicultural donde residen 22 millones de personas. Sí, soy una chica de la ciudad. No, no es un lugar perfecto, pero es idóneo para mí y para mi esposo, y la hemos hecho nuestro hogar. Esta ciudad me ha devuelto el amor por la vida, el disfrute del arte y la apreciación por una existencia simple, libre de competencias o máscaras. Me he entregado a ella con amor, respeto y curiosidad, y siento que ella me corresponde.

No tengo mucha familia, pero poseo algo que valoro profundamente: amistades a quienes les entrego mi cariño, mi tiempo y mi energía sin medida. A los que no viven aquí, les invito a venir a México, les abro las puertas de mi hogar, bloqueo mi agenda para dedicar el mayor tiempo posible y, con entusiasmo, preparo listas de lugares que pienso que les pueden agradar porque quiero compartir las cosas que disfruto de esta ciudad con la gente que amo.

Pero hoy he decidido poner límites a esa entrega sin reservas. Porque me hiere que se dé como un hecho y que no se aprecie su justo valor. Que se asuma como un deber, no como el regalo que es. Además, porque últimamente, después de cada visita, me quedo agotada, vacía y hasta ofendida por las microagresiones y comentarios mordaces que interpreto como una falta de respeto a mi elección de vida.

No quiero seguir sintiéndome así. No puedo seguir invirtiendo tanto en quienes están en otra frecuencia y vienen a traer ruido y a menospreciar la mía, aunque quiero pensar que lo hacen inadvertidamente. Y por eso, me lo tengo que sacar del pecho de una vez y por todas. Lamento si esto te hiere, pero es mi verdad.

¿Is it safe?

La pregunta de si “es seguro vivir en México” me cae como una patada en el estómago. No, no lo es. Ninguna ciudad cosmopolita, o como están las cosas en el mundo, ningún lugar ya lo es. No te puedo garantizar seguridad ni aquí, ni en San Juan, ni en Evanston, ni en Sunnyvale. No soy policía.
Si no estás dispuesto a correr el riesgo que requiere salir de tu casa, no lo hagas. Tampoco me lo consultes, porque yo no tengo respuesta y me molesta porque es una pregunta ignorante que denota falta de mundo. Si nos conoces, deberías saber que no nos mudaríamos a una favela peligrosa ni haríamos algo que ponga en peligro nuestra integridad. Hay que tener sentido común en todo momento y en todo lugar. Y eso es tan cierto aquí, como en Ponce o en Tokio. Y el chistecito de que si vivimos en la vecindad de El Chavo era cómico en los 80´s, cuando teníamos 10 años, ya no.

La comparación constante cansa

México es otro país. Con su historia, sus costumbres, sus ritmos, sus maneras de hacer las cosas. No es una extensión de tu lugar de origen ni una sucursal cultural de lo que conoces. Y sí, a veces las cosas aquí funcionan distinto. Compararlo todo en todo momento con “cómo se hace en tu país” no solo es inapropiado: es agotador para quien te recibe. Si no puedes convivir con otras formas de hacer las cosas por cinco días, quizás lo más honesto —y lo más considerado— sea quedarte donde todo te parece correcto. Porque venir a un país ajeno esperando que se adapte a ti no es viajar: es imponer.

Fó. Eso pica.

En México se come con picante. Es parte de la cultura, del sabor, de la identidad. Si no te gusta, basta con preguntar qué platillo es más suave o pedir el picante aparte. Lo que no se vale es hacer comentarios despectivos al personal que toma tu orden, como si estuvieras por encima de la experiencia local o como si todo se tratara de ti y de tus gustos. Es incómodo —y francamente ofensivo— para quien te acompaña, esa persona que lo único que quiere es agasajarte, compartirte los nuevos sabores que ha aprendido a amar y hacerte parte de su mundo por unos breves momentos. No es gracioso mirar con asco el picante ni hacer un escándalo porque “esto pica demasiado”. Si el picante no es lo tuyo, no pasa nada. Pero no conviertas tu incomodidad en burla o desprecio. Al final del día, tú eres quien está de visita.

Porque tú sí estás bien buena

La belleza está en los ojos de quien mira. Cada cultura tiene sus propios estándares, y eso es parte de la riqueza y diversidad que hacen hermoso a este planeta. Si tus prejuicios racistas no te permiten ver la belleza o naturalidad en los rostros de ascendencia indígena, te pido que te reserves los comentarios.
No me interesa escuchar expresiones despectivas sobre un pueblo que valoro y respeto profundamente. Son los habitantes originarios de este lugar que saquearon y todavía hoy explotan sin consideración. No tienes ningún derecho a tratarlos con desprecio ni a mirarles por encima del hombro. ¿No se te ocurre que quizá ellos te encuentren a ti tan —o más— feo que como tú los ves a ellos?

El narco no es un chiste

No hagas comentarios ligeros sobre un tema que ha costado tantas vidas y causa tanto sufrimiento. No es folklore, no es parte del “encanto exótico”, no es algo que se menciona y mucho menos en tono de burla. Si no entiendes el contexto, mejor guarda silencio. Hay cosas que no se trivializan. Esta es una de ellas.

Lente defectuoso

Si al caminar por un bosque solo puedes ver la caca del perro y no los árboles frondosos, algo no está bien.
Si entras a un museo majestuoso y lo único que notas son un par de bombillas fundidas, te estás deteniendo en los defectos, sin ver el valor del todo.
Si caminas por una ciudad y lo único que te sorprende es que no hay zafacones en la calle, sin notar que, aun así, hay muy poca basura en el suelo… estás viendo con el lente equivocado.
Si te incomoda que en un baño público te den una porción controlada de papel sanitario, sin considerar que es una medida para evitar el desperdicio y cuidar el ambiente, también estás eligiendo ver lo mínimo en lugar de comprender lo esencial.
Eso dice mucho más de ti que del lugar: habla de tu ruido mental, de tu incapacidad de estar presente y de lo difícil que te resulta simplemente disfrutar la vida. Y eso desanima a quien, con ilusión, quiso mostrarte lo que ama.

No insultes mis espacios

Sí, aquí hay supermercados, y créeme: mucho mejores y más surtidos que Whole Foods. Sin embargo, yo opto por ir al tianguis (farmers market) y al mercado. Allí no solo consigo productos frescos, sino que me tratan con calidez y, muchas veces, termino teniendo una buena conversación, sin apuros y con ese sentido de comunidad que tanto aprecio. En una ocasión, una persona a la que recibí en mi casa se refirió, meses después, a mi mercado como un “cucarachero”. Que, por cierto, no lo es. Es un lugar humilde, sí, pero limpio, funcional y lleno de vida. ¿Por qué tengo que aceptar ese tipo de ofensas? Me duele que alguien venga a mi espacio y luego lo menosprecie con tanta ligereza.

El tráfico es parte del paisaje.

Aquí vive muchísima gente y, sí, siempre hay tráfico. También hay muchas manifestaciones, un derecho ciudadano que se ganó con muchas lágrimas y sangre, por lo tanto la gente lo respeta y hace su vida alrrededor de eso. Por eso hay que planificar. Si te digo que hay que salir a cierta hora, o que no da tiempo de ir de punto A a punto B, créeme. Aquí no se improvisa. Se calcula. Se que son pocas millas, pero asi es y es algo con lo que se aprende a vivir. ¡Ni modo!


“¡Esto está baratísimo!” no es un halago.

Decir en voz alta lo económico que te parece todo, como si fuera un elogio, puede ser ofensivo para quienes son de aquí y apenas pueden cubrir el costo de vivir en una ciudad que está siendo desplazada por la gentrificación. Saca tus cuentas y tus conclusiones en silencio. Luego, si quieres, lo comentamos y filosofamos sobre la economía. Pero no lo sueltes delante de las personas humildes que trabajan día a día para conseguir alimento para ellos y su familia. Y, por favor, tampoco vengas con esas historias de que eso mismo lo venden en una boutique chic por tu casa que importa artesanía mexicana y la revende seis veces más cara. Eso duele. Especialmente a quienes tienen que lidiar con gente que les regatea aquí, les obliga a vender al costo, para que luego vengan de tierras lejanas a contarle como se aprovecharon de ellos.

México no es esa película de Hollywood de tinte amarillo y calles polvorientas. Es un territorio enorme, que la gente no sabe dimensionar. Es muy variado según la región y su historia. Tampoco es un lugar que necesita que lo rescaten, ni que lo evalúen, y mucho menos que vengan con lentes coloniales y soberbia a menospreciarlo.
Si quieres venir a conocerlo, bárbaro.
Si te gusta o no, ni me lo platiques. Ya no me interesa.
(Y sí, uso palabras mexicanas porque aquí es donde vivo. Me parece lo más normal del mundo.
Para mí es muy claro que soy una entre millones, que llegué por mi propia voluntad, y que soy yo la que se tiene que adaptar. Y lo he hecho con gusto).

Este es un país vivo, complejo, lleno de matices, belleza, desigualdades, contradicciones y humanidad. Como cualquier otro lugar del mundo, la gente trabaja, ríe, llora, lucha y busca su porvenir.

Ven con humildad. Con curiosidad genuina, no con juicio. Con ganas de compartir, no de evaluar. Ven con ganas de explorar, no a que nos quedemos en mi casa viendo la tele cuando yo reviento de deseo de compartirte lo que me parece maravilloso de mi ciudad. Si es mucho pedir, o te incomoda todo esto que planteo con el corazón en la mano, está bien. Ya coincidiremos en otro lugar, en otro momento, donde no haya diferencias que subrayar ni posibilidad de herir sensibilidades.

Por favor, ten presente que este desahogo es el producto de muchas cosas que he dejado pasar, y que he tolerado por ser amable. Es un hartazgo que me duele y que estoy arrancando de raíz. También entiende que ya no voy a volver a ser hotel, tour guide, ni concierge de nadie. Tampoco voy a dejar pasar más microagresiones, chistes rancios, ni ideas sobre cómo “debería ser” México. Planifica. Investiga. Organízate. Y me reitero, si coincidimos, qué maravilla. Si no, no hay problema. Mi pareja y yo tenemos nuestras rutinas, nuestros lugares, nuestras amistades, nuestras manías y estamos muy a gusto.

No necesito que me entiendas, solo que me respetes.