La sobremesa, una costumbre que aprecio

Se me olvida cómo funcionan los restaurantes en Estados Unidos. Cada vez que voy, vivo un pequeño choque cultural: apenas estoy terminando de masticar el último bocado cuando, ¡pum!, la cuenta aterriza en la mesa como si fuera una notificación de pago vencido.

En México, donde vivo desde hace algunos años, la sobremesa es parte natural de la experiencia de comer en casa y fuera de ésta. Aquí la cuenta no aparece automáticamente, sino cuando la pides, y aun así puedes quedarte un rato más platicando sobre la vida, el tráfico o el eterno debate de si el queso de los tacos al pastor debería derretirse o no. (Tema controvertido). Los meseros y las meseras comprenden que el final de la comida no necesariamente significa el final de la conversación. Aún si hay una fila de personas esperando mesa da la vuelta a la manzana, nadie te apura.

Otra diferencia curiosa: en muchos restaurantes de EE.UU. no hay percheros. ¿Qué hacía yo antes con mi bolsa y con mi abrigo? ¡No me acuerdo! Y ni hablemos de los totopos y la salsa. En México, en cuanto te sientas, ya hay algo crujiente en la mesa. En EE.UU., en cambio, las cortesías ya no existen, solo en los cuentos nostálgicos que hacen los abuelos.

También, ya estoy habituada a que en México el pago se haga con terminal inalámbrica en la mesa, con la pregunta de rigor: “¿Cerrado?” Y, por supuesto, la oportunidad de agregar propina en ese mismo momento. En Estados Unidos lo que ocurre es que el mesero o mesera se lleva la tarjeta de crédito fuera de tu vista para hacer el cobro, y la propina la escribes tú en el recibo.

Es fascinante cómo algunas culturas priorizan la eficiencia y otras, la conversación. Cada lugar tiene su propia manera de vivir la mesa, y eso es parte de la riqueza de nuestras diferencias como seres humanos. Pero reconozco que hay algo especial en poder alargar ese momento justo después de comer, sin prisas. Porque, al final, la sobremesa no es solo una pausa… es una de muchas formas de saborear la vida.