Huipiles y rebozos: significado e identidad

Siempre me han llamado la atención los bordados y las vestimentas regionales por sus colores y formas. Pero los asociaba únicamente con el folclor.


Desde que me mudé a México y empecé a interactuar con personas conocedoras de estos temas, aprendí que, además de ser bonitos, tienen un significado.

El uso de ciertos tonos, cortes o tejidos encierra una memoria colectiva que distingue a una cultura y su cosmovisión. Además, estos textiles transmiten mensajes espirituales, sociales e incluso políticos.


Tras mi visita reciente a la exposición del Museo de la Cultura Popular Mujer Huipil: urdimbres y puntadas, finalmente saqué tiempo para escribir de este tema que tanto me gusta y que considero importante dar a conocer.


Una de las piezas más representativas de las culturas mesoamericanas es el huipil, presente desde la época prehispánica. Es una prenda amplia que se usa como blusa o como vestido y que cada mujer que lo porta reafirma sin palabras de dónde viene y quién es.

Puede variar en tamaño: sus medidas suelen ir de 50 a 90 cm de ancho (20 a 36 pulgadas) desde los hombros hasta la cintura y de 70 a 115 cm de largo (28 a 45 pulgadas) desde los hombros a los tobillos, aunque los huipiles ceremoniales pueden ser más grandes y elaborados.


A diferencia de las prendas europeas, pensadas para ceñirse al cuerpo y resaltar la figura, el huipil fue concebido para acompañar la vida diaria, permitir el movimiento y para que dure por años.

Los bordados de rombos representan el universo; las cruces, los cuatro puntos cardinales fundamentales en la agricultura. También aparecen animales, flores, elementos del viento o el agua que evocan la conexión con lo natural y lo sagrado.

En Chiapas, se utilizan geometrías rojas y negras sobre color hueso; en Yucatán, tela blanca con flores coloridas y muchas veces ondas en el cuello, en Oaxaca, usualmente la tela es negra y los bordados son coloridos con figuras de animales y vegetales propios de la región mixteca.

El huipil suele acompañarse con un rebozo, que se coloca sobre los hombros, cubre la cabeza o sirve para fines prácticos como cargar objetos. No son inseparables —cada pieza tiene su propia historia—, pero al usarse juntas dibujan una estampa de identidad y continuidad cultural.

A simple vista, un rebozo podría parecer una bufanda grande, pero es mucho más que eso. Es un objeto de uso diario y símbolo de identidad que se usa para muchas otras cosas, además de abrigar.

El tamaño y la textura son distintos. Es perfectamente rectangular, tejido en telar con hilos de algodón, seda o lana, y mide entre 2 y 3 metros de largo (aprox. 6.5 a 10 pies) y de 60 a 70 centímetros de ancho (24 a 28 pulgadas). Culmina en rapacejos: flecos anudados a mano que son parte integral de la pieza, pues no solo impiden que el tejido se deshaga, sino que incorporan diseños distintivos que reflejan el origen, la técnica y la firma de quien lo creó.

Su versatilidad es excepcional: abriga, envuelve, protege, carga, acompaña. Puede estar presente en nacimientos, viajes, rituales, funerales, e incluso usarse como mortaja. Durante la crianza, sirve para mantener al bebé pegado al cuerpo, dándole calor, sostén y cercanía.

Su confección exige técnica y paciencia: cada rebozo puede tardar semanas en terminarse. En cada hilo se cruzan saberes antiguos y reinterpretaciones contemporáneas.

Como se lee en la exposición: “Los tejidos son documentos que no se escriben con tinta, sino con hilos.” Esa frase me acompañó durante todo el recorrido. Porque en cada puntada late una historia que no aparece en los libros, una historia sostenida por mujeres que, desde sus telares, han preservado su identidad cultural y se han ganado su sustento y el de sus familias creando verdaderas piezas de arte.

A diferencia de otros países donde la vestimenta tradicional solo aparece en celebraciones patrias, los huipiles y rebozos son parte del ajuar de muchas mujeres mexicanas, que suelen usarlos para eventos especiales. También forman parte del día a día en comunidades donde no son símbolo de folclor ni atuendo ocasional, sino parte orgánica del vestir cotidiano: prendas hechas para vivir, trabajar, criar, caminar y permanecer.

En los tiempos de fast fashion, donde la ropa es prácticamente desechable, estas prendas me hacen reflexionar en que vestirse no es solo cubrir el cuerpo, sino también una forma de contar una historia, expresar una identidad y mantener viva las tradiciones culturales.