Fachada restaurant en Tequisquiapan, Querétaro

Diversidad Alimentaria: Alto al bullying

Creo tener el privilegio de interactuar con profesionales de alto nivel que se consideran progresistas en su visión del mundo; gente que comparte constantemente sus experiencias de viajes y encuentros con otras culturas y estilos de vida. Sin embargo, parecen no darse cuenta de que el bullying (hostigamiento o acoso social) también puede ocurrir en la mesa.

Así es. De la misma forma como hoy en día se promueve la tan necesaria comprensión de la neurodiversidad, de las distintas capacidades físicas y de las orientaciones sexuales, también es importante reconocer que hay quienes, por religión, salud o elección, no consumen ciertos alimentos que forman parte de la dieta convencional. Ridiculizarlos por ello resulta insensible.

Hace más de 6 años elegí no ingerir azúcar ni harina. Mi pareja no puede comer lácteos ni mariscos. Inadvertidamente, estas restricciones se han convertido en un verdadero viacrucis en situaciones sociales. Uno de tantos ejemplos, es que hicimos un viaje a una ciudad cercana y quedamos en encontrarnos con una pareja amiga, que nos invitó a un restaurant muy elegante. Durante toda la cena, repetían que nos llevaban a ese lugar pues no sabían qué cocinar para agasajarnos, pues “no comemos nada”. Esto, por supuesto, nos hizo sentir súper incómodos e invalidó todas sus buenas intenciones y lo que pudo haber sido una agradable velada. No solo nos pasa a nosotros; hay personas vegetarianas, veganas o quienes siguen otros regímenes alimentarios, que enfrentan “bromas”, comentarios y cuestionamientos constantes.

Como sucede con otros tipos de acoso, el “bullying alimentario” no es más que una manera de ejercer control, imponer criterios, o menospreciar a alguien por sus elecciones o limitaciones.

Puedo visualizar a personas leyendo esto y poniendo los ojos en blanco, pensando: “Es que se lo toma muy a pecho, son comentarios inocentes y curiosos”. Sin embargo, imagina que, cada vez que te reúnes, te pidieran explicar por qué vives en tu ciudad, por qué practicas tu religión o por qué simpatizas con cierto partido político. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que esas preguntas comenzaran a sentirse tediosas y como una invasión a tu privacidad? Así es como se experimenta el tener que justificar continuamente una elección tan personal y básica como lo que uno decide comer.

Según la antropóloga Carole Counihan, la comida no solo satisface el hambre, sino que refleja la identidad. Al juzgar las elecciones alimentarias de otros, inevitablemente hacemos juicios sobre su esencia y sus valores. La empatía, en este sentido, se vuelve esencial, ya que muchas veces desconocemos las luchas personales que esas decisiones pueden implicar.
 
Que miren sobre tu hombro y hagan comentarios mordaces sobre lo que pones en tu plato, puede sentirse tan ofensivo como decir algo sobre el cuerpo, la edad, la orientación sexual o la raza de alguien. Y, sobre todo, cuando ocurre constantemente, como nos pasa a mi pareja y a mí: la gente olvida nuestras elecciones alimentarias y aparece con postres, o nos invitan a esa marisquería ‘imperdible’ a la vuelta de su casa. Son incluso miembros de nuestra familia o personas cercanas que amamos, pero a quienes continuamente “se le pasa” que tenemos hábitos diferentes, haciéndonos sentir invalidados. Es como si, todo el tiempo tenemos que defender nuestra manera de comer y explicar que no es algo pasajero. ¿Cuántas veces una persona gay ha tenido que recordarte su identidad?

Ni mi pareja ni yo acostumbramos a mirar el plato del de al lado ni a hacer conjeturas sobre lo que el contenido les aporta o les resta; entendemos que quienes nos acompañan a la mesa son personas adultas y responsables, capaces de cuidarse a sí mismos y tomar decisiones informadas. Solo nos gustaría disfrutar de esa misma cortesía. ¿Acaso es mucho pedir que no se inmiscuyan en lo que elegimos llevar a nuestra boca y que podamos enfocarnos en otros temas interesantes que tenemos en común?

Te invito a que, la próxima vez que te sorprenda lo que alguien decide no comer, en lugar de preguntar o juzgar, recuerdes que pueden existir razones de peso y profundamente personales detrás de esas elecciones. Tal vez lo que necesitamos entender no es la comida de otros, sino la importancia de respetar las diferencias y decisiones de cada persona. Porque, al final del día, juzgar a alguien por lo que pone en su plato es tan invasivo como hacerlo por sus creencias o identidad. Y, honestamente, es una muestra de pésima etiqueta en la mesa y una grosería.